La ópera, de acuerdo con la tradición musical europea u occidental, es una obra teatral cantada y con acompañamiento de orquesta, que tiene su origen en Italia. Este año, la temporada del Teatro Real de Madrid incluirá algunas de las grandes óperas de Mozart, Wagner, Haendel o Verdi. Para los aficionados al género, no hay duda de que estos son algunos de los grandes compositores de ópera. Sin embargo, existen otras tradiciones artísticas “comparables” como, por ejemplo, la ópera china, en la que no existe el papel del compositor ni el de las grandes orquestas sinfónicas.
La ópera china (xiqu, 戏曲) es el nombre con el que conocemos el teatro tradicional chino que tiene origen en el siglo VI. Es un género popular que combina diferentes artes — acrobacia, danza, artes marciales, canto, mímica — y que tiene más de trescientas variantes regionales, entre las que se encuentra la ópera de Pekín (jingju, 京剧). Wang Yida, director de ópera china, declaraba en 1983: “La Ópera de Pekín es una arte que sintetiza, al nivel más alto, varios elementos, tales como literatura, poesía, música, bellas artes, actuación, así como acrobacia y habilidades marciales. Es una mezcla orgánica de todo ello”.
Se trata de una de las formas teatrales chinas más recientes, puesto que aparece en el siglo XVIII. De acuerdo con el profesor Thomas A. Wilson del Hamilton College, en el año 1779 el emperador Quianlong invitó a la capital al dramaturgo y actor Wei Changsheng para participar en los festejos de su septuagésimo cumpleaños. Aunque la estancia del artista en Pekín fue corta, introdujo cambios notables en las representaciones de ópera de la capital que acabaron por configurar lo que hoy conocemos como ópera de Pekín.
Frente al elevado número de personajes que aparecen en las óperas occidentales, en la ópera de Pekín existen tan solo cuatro categorías: el “sheng” (papel masculino), el “dan” (personaje femenino, hasta hace poco representado por intérpretes masculinos), el “jing” (personaje que lleva la cara pintada) y el “chou” (el cómico o payaso). A su vez, cada categoría tiene distintas variantes o subtipos. Por ejemplo, en el caso del papel masculino, el “lao sheng” (el hombre adulto), el “xiao sheng” (el joven) o el “wu sheng” (el guerrero).
La escenografía y el papel de la orquesta también varían. Los grandes decorados se convierten en escenarios sencillos. Tradicionalmente, solo una mesa y dos sillas servían de atrezo, si bien en las óperas más modernas se han incorporado nuevos elementos, como un telón de fondo pintado que ayuda a situar la escena. Por otra parte, la orquesta no se coloca en el foso, sino que suele situarse a un lado del escenario, donde el público no pueda verla.
Otra de las singularidades de esta forma artística es que cada personaje se comporta en el escenario de acuerdo con un código simbólico: las convenciones de la ópera. El vestuario, los colores de las máscaras, la posición en el escenario, las voces de cada personaje, etc, tienen un significado alegórico. Para entender qué está pasando en el escenario, es necesario que el público tenga un conocimiento previo de los códigos estéticos y rituales. Un ejemplo de cómo estas convenciones empapan las óperas chinas es el uso de los colores. Al principio, solo se utilizaban tres colores: el rojo, el blanco y el negro. Poco a poco se fueron incorporando otros tonos como el púrpura, el amarillo o el azul, cada uno de ellos con un significado. El rojo, por ejemplo, representa lealtad, honestidad y valentía; el púrpura, serenidad y justicia; el amarillo, significa crueldad, astucia o ambición.
A lo largo del siglo XX, la ópera de Pekín alcanzó una gran proyección internacional gracias a Mei Lanfang, el primer intérprete que actuó con su compañía en el extranjero. Países como Japón o Estados Unidos tuvieron la oportunidad de disfrutar de un espectáculo diferente. En el año 2010, la UNESCO declaró la ópera de Pekín Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por “estar considerada como una expresión del ideal estético del arte operístico en la sociedad china tradicional”. Desde entonces, expertos y aficionados coinciden: la ópera de Pekín vuelve a renacer.