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Una de las facetas menos exploradas de la región del Tíbet y que adorna toda la meseta del Himalaya es el arte tibetano. Muy a menudo el interés por el “tejado del mundo” fija su atención en los conflictos políticos y sociales dejando en el olvido otros aspectos de suma importancia en la vida del Tíbet. Entre estos se encuentra el arte colorido que nace de la idiosincrasia del pueblo tibetano, donde las montañas son el comienzo y el fin de todo.

 

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Thangka Vajrabhairava, c. 1740

El arte del Tíbet se extiende más allá de sus fronteras políticas de la Región Administrativa Especial, perteneciente a la República Popular China. Entre los siglos VII y XII el imperio tibetano y su cultura llegaron a ocupar, parcial o totalmente, varias de las regiones del noroeste de China que conocemos hoy como Gansú, Quinghai, Sichuan, Shaanxi y Xinjiang. De este modo, se podría decir que el arte tibetano llegó a estas provincias, sobre todo en Qinghai, situada en la meseta tibetana al norte de Tíbet.

El origen del imperio tibetano se remonta al siglo VII, fecha en la cual el budismo se introduce en la región y se convierte en la religión institucional. No obstante el verdadero renacer del budismo tiene lugar a finales del siglo X tras su persecución entre los años 842 y 846. El budismo tibetano tiene un influjo vital en el arte del Tíbet, si bien son numerosas las influencias que ha recibido de sus vecinos más próximos; el estilo chino, indio y nepalí son quizá los más importantes.

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Nagaraja. Siglo XV. Aleación de cobre dorado con incrustaciones de piedras semipreciosas.

El arte tibetano bebe de tres grandes fuentes espirituales, el budismo tibetano, el budismo tántrico y el bön (religión originaria del Tíbet de tradición chamánica y animista). Así, como explica la historiadora de arte tibetano, Kathryn H. Selig Brown, durante el siglo XI y XII el influjo artístico provenía del Imperio Pala. Más tarde durante el siglo XIII, artistas nepalíes fueron los encargados de pintar thangkas y tallar esculturas. En el siglo XIV las influencias dominantes vinieron de Nepal y de la China, y una vez en el siglo XV, todas estas fusiones artísticas dieron pie a lo que hoy conocemos por arte tibetano.

Una de las formas más comunes de arte tibetano es el thangka. Se trata de rollos de pintura sobre algodón o seda que normalmente representan a una deidad budista, una escena o un “mandala”. Además de los thangkas y la pintura en tela destaca la talla en madera, los murales religiosos, la escultura en bronce, estuco, madera o cerámica.

El arte tibetano tiene una acentuada funcionalidad religiosa, ya que además de transmitir las enseñanzas budistas se utiliza para meditar. La filosofía del No-yo o la ausencia o insustancialidad del alma se ve reflejada simbólicamente en el legado artístico tibetano, debido a que se desconoce la autoría de la mayoría de obras que han llegado hasta nuestros días. Las obras fueron realizadas de forma anónima por monjes y artistas laicos, que no firmaron sus creaciones.

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